martes, 29 de septiembre de 2009

Escala de (frustrados) grises parisinos

Si usted alguna vez ha recibido una postal de París en la que el cielo aparece azul, puede sentirse afortunad@: alguien que le quiere le ha enviado la imagen de un día poco común.

Si usted en cambio, alguna vez ha recibido una postal de París en la que el cielo aparece blanco o gris, puede sentirse aún más afortunad@: alguien que le quiere le ha enviado una imagen más precisa de cómo es en realidad la ciudad luz.

A enorme diferencia de las más ordinarias tarjetas postales parisinas, el cielo de París es triste, de una melancolía constante que fluctúa entre el blanco grisáceo y el gris azuloso o negruzco. Lo anterior me lleva a pensar que, así como dicen que los esquimales distinguen dentro de nuestro ‘blanco’ una gama de 9 colores distintos, los parisinos podrían tener por lo menos 9 términos diferentes para designar el rango de grises que despliega su cielo la mayor parte del año. (Quien sólo haya visto París en verano, muy probablemente no coincidirá conmigo, pero vayan alguno de los otros 270 y pico días…)

De acuerdo a lo que aprendí alguna vez en la escuela, pero sobretodo en base a la experiencia directa y empapada, las nubes grises presagian lluvia… Pero resulta que en París, aun con todos sus días de nubes de todos los grises, no llueve mucho. No sabe llover. O por lo menos a mí así se me figuraba, habiendo crecido en un lugar de semi-tropicales tormentas veraniegas…

Recuerdo que cuando era pequeña, había una clara y ‘ordenada’ estación de lluvias en mi ciudad (Es decir, poco antes de que fuera cotidiana e innegablemente evidente que nuestra destrucción del planeta ha influido drásticamente hasta en longevas tendencias climatológicas). Y en esta temporada de lluvias los cielos no siempre eran grises. El cielo podía ser azul brillante como hasta por ahí del medio día, y luego, de repente (pero lo que se dice ‘de repentísimo’) se ponía inminentemente tormentoso. En cuestión de minutos comenzaba el diluvio, que duraba quizá un par de horas. Cuando terminaba el aguacero, sus nubes se retiraban tal como habían aparecido: así nomás, sin siquiera despedirse. Y así, como si nada hubiera pasado, como si no acabara de caerse una buena parte del cielo, volvía a brillar el sol en un fondo azul intenso.

Imagínense pasar de acabar muchas veces ‘hecha una sopa’ en cuestión de minutos, a los ligeros chipi-chipis por aquí y por allá, esparcidos en un espacio de tiempo que a veces parecía eterno. La presencia incansable de la de humedad, cuya amenaza nunca se convertía en franca ‘mojadez’, me hacía pensar más de lo normal en la fortuna de no padecer ‘de las riumas’. De ahí que yo llegara a la poco halagadora conclusión de que el de París, es un cielo frustrado: quiere llover y no puede.

Supongo que París, tan soberbia y presumida ciudad, no estaría de acuerdo con mi comentario, mucho menos lo apreciaría… si le importara… En realidad a París, dada su altivez, mi opinión (o la de cualquiera) sobre sus cielos le es total y absolutamente irrelevante... C'est-à-dire: elle s'en fout. Seguro confía en lo que sabe tiene de admirable más allá de si su cielo amanece gris, verde o café. Supongo que a sus retratistas tampoco les molesta el citado cielo negriblanco de escasísima lluvia. Finalmente Lutecia sigue siendo una meca para muchos pintores.

Por cierto que Claude Monet tiene una serie de cierta catedral (Rouen? Notre Dame?) en la que, como podrán imaginarse tratándose de un impresionista, se notan claramente los matices de luz gris en el cielo y sus reflejos sobre la catredral. En algún museo están expuestas juntas 3 de estas pinturas… Musée d’Orsay si no me equivoco…


A partir de la lectura de Astérix un día se me ocurrió que tal vez en otras partes de Francia tampoco sabe llover en forma, de otro modo los irreductibles galos no tendrían tanto miedo de que el cielo les cayera sobre la cabeza ¿o no? (¡¿qué tal el rigor científico de mis hipótesis, eh?! ¡!) Sin embargo una vez en Marsella sí me tocó un orage digno de tal nombre y que no tenía nada que envidiarle a la más chucha cuerera de las tormentas tropicales…

Tal vez este hecho natural de París me causó tanto impacto debido a que antes no tenía idea de que así fuera. En cambio, cuando en mi primera vista a Londres me tocaron dos y medio días de sol, me sentía como si hubiera ganado la lotería. Aunque qué bueno que lloviznó siquiera medio día, si no me hubiera dado por timada… (btw, ¿No sería maravilloso ir a Santiago de Chile un singularísimo día claro para ver la cordillera desde la ciudad?) En fin, no cabe duda que nuestras expectativas determinan buena parte de nuestra apreciación de lo vivido.

PD con dedicatoria:
Si usted, en vez de recibir una postal de París desde París, ha recibido una postal con una lechuga de laboratorio (que no es cualquier lechuga ¿eh?), un soldado chino junto a un submarino, o una modelo con un vestido azul cielo y otro rosita ¡puagh! con peluche, puede sentirse muy afortunad@: una amiga ociosa que le quiere un chorro le ha enviado una imagen muy poco común (y se ha divertido bastante con el asunto).

1 comentario:

  1. Muchas gracias por la postal de la lechuga!!!!!!!!!!!!!!
    Y por todas las que me has mandado!!!
    Está poca madre como escribes... y que buena memoria!!!
    Te dejo un abrazote,
    Mari

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